Piensa, oh Patria
“…Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo”. Milan Kundera.
El Niño Artillero y los Niños Héroes fueron dos filmes arraigados con fuerza en el imaginario de mis primeros años en la escuela. Si Edmundo de Amicis había regalado a los chamacos italianos de Mussolini un Garrón forzudo y bonachón en su libro Corazón, nuestros historiadores venidos a educadores no quisieron ser menos: nos vendieron héroes infantiles guerreros de veras, y no meros personajes literarios de paz y amor. ¡Guerra, guerra, los patrios pendones/ en las olas de sangre empapad!
Víctimas inocentes del nacionalismo que se niega a reconocer en los Estados Unidos a un vecino tan distante como amenazador, como renuevos cuyos aliños/ un cierzo helado marchita en flor/ así cayeron los héroes niños/ ante las balas del invasor. El invasor no tiene nacionalidad, como tampoco vello púbico nuestros infantiles héroes, que por aquellos años del 47 estarían, si acaso, pelechando. En sangrientos combates los vimos, sobre sangre estampando su pie… Que ningún arrojado se atreva a dudar del arrojo temerario de quien se arrojara desde las murallas del castillo envuelto en moralizante, tricolor sudario. Moraleja: ante la adversidad, muchacho, cero dudas: envuélvete en el lábaro y arrójate a los arrecifes, a los leones, al vacío existencial, a lo que se te atraviese, muchacho.
Héroes forzados. Mártires-galeotes del ingrato libro de texto gratuito. Mitos que cada 13 de septiembre revivían cabalgando en la voz raspañosa del milico que en ceremonia cívica entre fúnebre y romántica recitaba engolado los nombres de cada uno de los héroes-niños, y el coro griego los magnificaba con un “¡Muriópor-lapatria!” que a quién no sacude y le hace retemblar en sus centros, cómo no. Que los niños mueran (heroicamente, si no es mucha molestia) para que el nacionalismo nuestro se revitalice en cada jornada cívica de un Estado laico al que El Cielo (o sea Dios o sea el azar o sea) un sol-dadoen- cada-hijo- ledió.
¿Y qué de la noble gesta del Niño artillero? Los cañones horrísonos truenen/ y sus ecos sonoros resuenen. Encender la mecha de un cañón insurgente desabastecido de personal combatiente y que apunta cargado de metralla hacia fuerzas realistas (que “¡ahí vienen!”) no habrá sido enchílame otra para el Narciso Mendoza, razonaban mis compañeros de clase, y yo con ellos. El thriller además en blanco y negro (por aquello del presupuesto en educación) de La Independencia corría para hacer slow motion en el arrastrarse lento de nuestro héroe que, antorcha en mano, gateaba decidido hacia la cureña donde la mecha chisporroteante daría paso a la explosión, el humo y, al disiparse éste, la antes ululante, espantable carga gachupina realista (que “¡ahí venía!”) sería ahora (en lento paneo sobre el campo de batalla) sangrante, revolcada machaca con mole, y todo ello en un decir ¡jesús! O sea. ¿Qué habrá pasado con el Narciso horas, días, meses, años después de sus quince minutos de fama?, me preguntaba yo entonces. Hoy tampoco estoy seguro. ¿Firmó autógrafos? ¿Se regresó al pueblo de donde procedía/ como gota que se vuelve a la mar? ¿La vanidad lo volvió torvo cacique avecindado en Cuautla, y sus biznietos combatirían luego a Zapata, para hermanar los doscientos de la Independencia con los cien de la Revolución? La Historia da muchas vueltas, piensa oh Patria.