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EL CORRIDO DE EDITH

Eran los tiempos de las tranquilas charlas, de las tardes austeras y de las calles solitarias….uno o dos vehículos pasaban cada temporada por los frentes de mi casa….calle de trazo firme y suelo de tierra suelta….

Así era mi pueblo en los años sesenta…mucha prole, mi madre tejiendo punto de cruz….y una vecina buena onda, aprendiz de tantas cosas….

Edith, mi vecina, vivaz, atrevida, pelo suelto y un esposo atento….un día le compró un auto nuevo y varios días después tomaba el camino recto…poco a poco manejando, aprendiendo a perder el miedo….

En el naufragio de las horas muertas, cuando la hueva anida en los rincones de la nada, se le ocurrió invitar a mi madre y a su prole a dar la vuelta…

Ni tardos ni perezosos, nos subimos los diez pobres huercos, mi mitotera madre de copiloto y la aprendiz sin quehacer al volante….Edith, mi vecina al volante, todos calladitos observando todo….primera vez en un auto, vecina, gracias muy buen detalle….

Y vamos en línea recta por donde la luna asoma, a poca velocidad que de lenta en maravillosa vida poco a poco crece, aumenta….y nuestros nervios crecen al ver que frena de cien a cero casi en un metro sesenta….agarrados con los dientes, brazos, de donde se pueda y como se pueda…la vida esta en juego….

Callados, sin un reproche, hay un silencio sepulcral….quizá no salgamos vivos…aumenta la velocidad y en la esquina, la única esquina del pueblo gira sin bajar el freno y la velocidad….

La camioneta en caricaturesca vuelta, levanta las llantas laterales y cae sobre la marcha anormal…polvos bañan la ciudad….

Los gritos de mi madre se oyen hasta el más allá….los diez huercos pálidos, amarillos, lloran en los soplos repentinos de aventura que ya quieren terminar….Edith sin inmutarse, fresca, frena y mientras el pasaje baja, ratifica la invitación que intuye, sabe, nunca tendrá repuesta:

Mañana, si gustan, damos otra vueltecita.

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