Recuerdos…

Su servidora, adulta mayor, es alguien que siempre recuerda con emoción y nostalgia los días 01 de septiembre de todos los años, de los 25 que viví en el entonces D.F.; cuando solíamos escuchar el Informe Presidencial.

Varios días antes empezaba la alharaca en los medios de comunicación y por supuesto llegado el día, la mayoría de los mexicanos estábamos listos para escuchar el mensaje de nuestro Presidente en turno, cantar el Himno Nacional, regocijarse con los fuegos artificiales y disfrutar de la fiesta en el zócalo capitalino. Era un día feriado, por lo tanto nadie iba a trabajar ni a la escuela. Ahí en el zócalo, además de alguna golosina comprábamos por lo menos una banderita tricolor para adornar nuestro carro y fortalecer nuestro nacionalismo.

Era la fiesta por excelencia de la figura presidencial, recuerdo que hasta mediados de los años 90’s, el Presidente recorría las calles hacia Palacio Nacional en un convertible desde el cual saludaba a las multitudes que se arremolinaban en las calles Bañadas de papelitos tricolores que caían desde lo alto. ¿Qué pasó con todo eso?, simplemente se acabó. Se cambiaron las leyes una tras otra y se canceló el que llegó a ser llamado “el día del presidente”.

Ahora, para el colmo de nuestra nostalgia, los días que antecedieron al de hoy 01 Septiembre de 2016, absolutamente todos los noticieros y los diversos programas de televisión y radio, dedicaron sus espacios a la vida y muerte de Juan Gabriel, que mucho lamento por cierto, sin que en ninguna parte se mencionara el informe presidencial; y para remachar el mero 31 pudimos observar y oír en las pantallas y en cuanto noticiero existe, la espantosa imagen del candidato Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump. No pude fulminarlo con mi control remoto como lo hago siempre que lo veo, porque a un lado suyo estaba Enrique Peña Nieto, el Presidente de México, mi país. ¿Qué, qué? ¿Qué es invitado de Peña Nieto? Yo sólo sé que sentí que el tipejo estaba sentado en mi casa, en mi sillón favorito, y que no era más que un intruso en mi privacidad hogareña. Mi ya de por sí maltrecho nacionalismo rodó por el suelo y se desparramó por toda mi ahora detestable casa.