Percepciones 4
Otra vez Chile…
Un poderoso terremoto de magnitud 8.4 en la escala de Richter y más de tres minutos de duración sacudió el miércoles la parte central y el norte de Chile, por lo que las autoridades marítimas decretaron alerta de tsunami para el país. Al menos once muertos, nueve heridos, personas desaparecidas y más de 600 damnificados es el saldo a la fecha. El movimiento telúrico se produjo en el Océano Pacifico con epicentro a unos 280 kilómetros al nor-noroeste de Santiago y a 55 kilómetros al oeste de la ciudad norteña de Illapel. Las autoridades han informado que hay un millón de evacuados y 240,000 hogares no tienen suministro eléctrico y muchos otros carecen de agua potable. Las comunidades más afectadas son: Illapel, Canela y Salamanca y han sido consideradas como zona de desastre, lo que de alguna manera facilitará la distribución de fondos de ayuda para los damnificados.
La presidenta Michelle Bachelet recorre la zona más afectada, a unos 450 kilómetros al norte de Santiago, en la región de Coquimbo, verificando los daños e instruyendo medidas paliativas.
Según los expertos, el sismo ocurrido es el de mayor magnitud registrado en el mundo en lo que va de 2015 y el sexto en la historia de uno de los países más sísmicos del planeta.
Cientos de miles de chilenos están evacuando la zona costera del país austral tras la alerta de tsunami en los más de 4,000 kilómetros de costa después de que el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada dio la alerta en todo el sector costero de Chile y ordenó a los buques alejarse unas diez millas náuticas de la costa, mientras, la Oficina Nacional de Emergencia estará informando de la hora en la que las olas azotarán los puertos.
Todo esto del terremoto de Chile me trajo a la memoria los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México un poco menos fuertes que el de Chile: el de México fue de 8.1, y recordé cosas que me tocó vivir. No es mi intención dar muchos datos de estos temblores cuyos pormenores los mexicanos recordamos ya que a todos nos afectó, de una manera o de otra, solo les contaré un par de cosas.
Los días 19 y 20 de septiembre de 1985, me encontraba en la ciudad de México hospedada en la casa de mi hijo Javier en la calle de Bajío, entre Insurgentes y Nuevo León de la Colonia Condesa. En ese tiempo yo trabajaba como Gerente Distrital de Aeroméxico en Loreto. El día 19 vivimos, como todo los capitalinos, el horror del terremoto en un departamento del cuarto piso, que aunque los muros interiores sufrieron un gran deterioro, la estructura del edificio aguantó las sacudidas. De todos modos nos salimos y nos fuimos a la casa de mi otro hijo, Víctor, en Mixcoac, (una de las colonias que por la calidad de su suelo nos sufrió daños graves). Ellos se dedicaron todo ese día y el siguiente al rescate de los atrapados en las ruinas de casas y edificios. Al día siguiente regresamos al departamento para hacernos cargo de los daños y dormir ahí. Eran las 19:30 horas cuando dio inicio una réplica de 7.5 grados, y casi enloquecimos de pánico: Javier me abrió la puerta y ordenó que me bajara a la calle, yo no quería dejarlo solo y él gritaba y gritaba ¡Bájate, bájate! Por fin salí y corrí hacia la escalera. Mientras él cerraba las llaves del gas, del agua y la luz (que no había en la ciudad) y por supuesto las chapas de la entrada. Me alcanzó antes de llegar a la planta baja y me hizo volar el trayecto que faltaba, hasta que estuvimos en media calle, abrazados en aquella noche negra, sin más luz que las de los coches que circulaban con los faros encendidos y rodeados de gente que corría en todas direcciones.
Así estábamos, abrazados y aterrorizados, por supuesto, cuando sentimos que un hombre nos abrazó y nos palmeó la espalda diciendo: ¡Ya, ya pasó, tranquilos, ya pasó! Se fue… no lo vimos y por supuesto no supimos quien era, pero fue tan reconfortante, que cuando lo recuerdo me pregunto ¿No sería Dios?
Una más que me acabo de encontrar…
“Nací de entre los muertos”.
Lo dice Jesús Francisco Flores. Y es la verdad.
Tres días después del devastador terremoto que el 19 de septiembre de 1985 sacudió Ciudad de México dejando a su paso más de 10.000 muertos, Flores llegó al mundo.
Se abrió paso de entre un mar de destrucción, de los escombros del edificio donde vivía su familia. Veinticuatro de sus parientes murieron. Eran una familia de mariachis, y entre los fallecidos estaban su padre y su madre embarazada, Martha, de 17 años.
El 22 de septiembre las esperanzas de encontrar sobrevivientes eran mínimas.
La abuela de Flores, Brenda, había sobrevivido porque poco antes de las 7 de la mañana del día del sismo salió a comprar algo para el desayuno: desayuno: 19 minutos después el temblor arrasó con su familia.
Pero Brenda tenía fe y no quería irse del sitio del derrumbe sin recuperar el cuerpo de su hija. La encontró con las manos apoyadas en el vientre. Muerta, y rodeada de más muerte, Martha protegía una vida.
Brenda tomó una hoja de afeitar y abrió a su hija para sacar a un niño que ahora está próximo a cumplir 30 años.
¡Caramba, recordar también duele!
Después de tanta tristeza, ¿qué les parece un poco de poesía para aliviar el alma? Aquí les presento a Walter Morán…
Walter Morán (1960- ). Nació en Guatemala en 1960. Estudió Economía en la Universidad de San Carlos de Guatemala. En 1997 fundó la revista de actualidad política “Aportes” y la revista literaria “Los que escriben” donde le ha dado cabida a la poesía escrita en Guatemala sin hacer distingos de clase, religión ni pensamiento, creando así un medio de difusión literaria de los más ejemplares en su país.
He recorrido
He recorrido los cafés
donde todavía te huelo
En uno de ellos
dialogué con tu ausencia
Dejé Mis Manos
Dejé mis manos
en un rincón
de sus sábanas
Olvidé
mi boca
mis ojos
mi olor
Alboroté su casa
En Una Esquina
En una esquina
un piano y una jaula
decoran el espacio
De vez en cuando
el piano toca mi existencia
tornándola
incrédula
atormentada
La jaula
abre su puerta
por voluntad propia
la habito.
Entrepierna
Me dejo llevar
por ese olor a jazmín.
Profetiza la demencia
que padeceré.
Mientras
me hundo en la caverna
donde brotan rosas desnudas.