La crítica de la imagen en Susan Sontag
Leonardo B. Varela Cabral
El libro de ensayos Sobre la fotografía de la escritora estadunidense Susan Sontag es una lúcida colección de ensayos críticos acerca de la fotografía en particular, cuyos planteamientos resultan, sin embargo, aplicables al uso y abuso de todo tipo de imágenes en el mundo contemporáneo. Aunque este libro se publicó por primera vez en 1977 y Sontag falleció en 2004, alcanzando apenas a vislumbrar el rápido crecimiento de la internet y la aparición avasallante de las redes sociales, su postura pesimista acerca de la manera en que la actual sobreabundancia de imágenes tiende a entorpecer nuestra visión del mundo más que a aclararla, no necesita confirmación.
Fuertemente influenciada por el marxismo y los estructuralistas franceses, apela sin embargo a la emoción, la intuición y especialmente la ética como fuentes de conocimiento. Su actitud frente a diversos temas, esencialmente el papel de Estados Unidos y la cultura occidental en el mundo contemporáneo, es bastante radical y contestataria, logrando afirmarse como una intelectual y activista aguerrida e independiente. Esto resulta bastante explícito ante la decisión de no incluir ninguna fotografía en su libro, a pesar de que cita cientos de ellas, reivindicando así la palabra escrita y, por supuesto, el pensamiento en su sentido más clásico (como renuncia o renuencia a las apariencias).
Una anécdota bastante plausible que cimenta el origen de este libro es que su escritura sucedió a la filmación de una serie de documentales acerca de Israel y sus políticas militaristas en Medio Oriente, pues Sontag era también guionista y directora cinematográfica. Lo cierto es que la premisa central del volumen se puede muy bien resumir en la frase con que abre su primer ensayo, “En la caverna de Platón”: “La humanidad persiste irremediablemente en la caverna platónica, aún deleitada, por costumbre ancestral, con meras imágenes de la verdad”. Lejos de pretender una aproximación estética a la fotografía (y las imágenes), el imperativo de la autora es develar las múltiples formas del engaño que se enmascaran bajo la falsa apariencia de verdad que éstas comportan. Para sustentar sus afirmaciones, analiza con gran conocimiento una larga lista de autores, estilos y tendencias dentro de la fotografía, ubicándola como una herramienta ideal de dominación en el mundo capitalista, mediante la alienación (es decir la pérdida del sentido) a favor del consumismo acrítico.
Su aguda pluma pasa revista, entre otros, a los padres de la gran épica fotográfica con que se fundó el imaginario estadunidense (Ansel Adams et al.), pero también desnuda los resortes ocultos de la estética fotográfica considerada dentro de los círculos artísticos como más transgresora (por ejemplo, Diane Arbus). En uno y otro caso, en el conjunto de sus reflexiones, sobresalen los señalamientos hacia la fotografía como una forma cínica de depredación y voyeurismo, así como estrategia para la construcción de “buenas conciencias” mediante la sensiblería e incluso una pretendida denuncia que no siempre es tal porque: “Fotografiar es esencialmente un acto de no intervención. Parte del horror de las proezas del fotoperiodismo contemporáneo tan memorables como la de un bonzo vietnamita (…) proviene de advertir cómo se ha vuelto verosímil, en situaciones en las cuales el fotógrafo debe optar entre una fotografía y una vida, optar por la fotografía”.
Sontag hace una verdadera denuncia del fetichismo e imperialismo de las imágenes, a las que considera objetos de consumo, ritos familiares, individuales o colectivos sin potencial alguno ya no digamos para detonar un verdadero cambio social, sino siquiera para mostrarnos al mundo en su verdadera crudeza. Se adelanta veinte años al trabajo del italiano Giovanni Sartori (Homo videns: la sociedad teledirigida), para quien, al igual que para ella, una imagen o una sucesión de imágenes fuera de contexto o en un contexto prefabricado (es decir, tal como las producimos, reproducimos y consumimos en la inmensa mayoría de los casos) constituyen el disfraz ético y estético perfecto para
la manipulación, la ignorancia, el desdén y un gravoso “humanismo” que descansa sobre la falsa experiencia de lo que ciertamente nos es ajeno por distante, exótico o desagradable (en primerísimo plano: el sufrimiento de los demás), mediante el cómodo artilugio de una cámara.