Cascarita Callejera

¡¡Bajaaaaán!!

Es un lugar común pero el hilo se corta por lo más delgado.

La semana pasada se popularizó un video que muestra a unos estudiantes universitarios en el trance de querer subir a un camión de transporte colectivo sin lograr que les den el servicio.

Los chicos colgaron el video en las redes sociales para mostrar la forma en que los afecta una medida legaloide de quienes tienen secuestrado el transporte público en la ciudad; según esto, hay un porcentaje de pasajes estudiantiles que los operadores deben cubrir al final de su turno y, una vez cubierto, nada les obliga a levantar a niños y jóvenes que se acrediten como estudiantes.

El caso es que los chicos armaron tal revuelo que culminó con el cese del operador del vehículo 882, quien tuvo la mala fortuna de ser a quien filmaran aunque seguramente hubo otros que hicieron lo mismo en otros puntos de la ciudad.

No sé, pero creo que el punto no era ese; no se buscaba que despidieran al operador porque, mal que bien, él seguía las instrucciones de quienes le pagan y a quienes debe su trabajo.

Creo que el punto es otro.

En primer lugar, poner sobre la mesa el monopolio del transporte colectivo en la ciudad; un transporte caro y malo, tal vez el más caro y el más malo de toda la república aunque lo quieran disfrazar con dos o tres unidades de lujo que siguen teniendo orangutanes como operadores. Recientemente tuve la oportunidad de estar en León, Guanajuato, y  comprobé el funcionamiento de  un  servicio colectivo de transporte eficiente, barato y cómodo. Pero, claro, ahí hay competencia porque ahí se rigen por la máxima de que donde no hay competencia hay incompetencia. Aquí no, aquí rigen los monopolios.

Taweno, pues.

En segundo lugar, poner sobre la mesa el ninguneo de que se hace objeto a los jóvenes no sólo en este minúsculo espacio de la patria sino en todo el territorio nacional. Un ninguneo que va desde negarles el acceso a servicios públicos, hasta detenerlos sin más motivo que su vestimenta y su peinado, mantenerlos encerrados, incomunicados, torturarlos, matarlos y desaparecer sus cuerpos, como se ha visto.

Pobrecito de un estado y de un país que no mira en sus jóvenes la posibilidad de trascender. Un estado que los limita, que no los protege, que no los ayuda, que autoriza a que se les excluya del uso de servicios que les son tan indispensables como el transporte, que los criminaliza, que no los arropa como si fueran el futuro sino que los acosa como si fueran una amenaza.

Qué pequeño estado y qué pequeño país.

Despedir a un operador que seguía los ordenamientos de su patrón, como quien arroja carne para calmar a los leones, es indigno para la empresa. Deben comprometerse a otras cosas más efectivas porque no es así como van a solucionar el problema.

Actuando así serán como los que esperan que cambiando al Piojo por el Tuca los futbolistas mexicanos se van a volver buenos, o como los que creen que quitando a Peña Nieto de la presidencia se van a terminar los problemas del país.

El hilo se corta por lo más delgado. Un lugar común… y una pena.