Arturo Meza OsunaEn Opinion de...

UN VIAJE A LA PAZ

Que te ve jugar el maestro Burgoin y te selecciona para ocupar un lugar en la selección juvenil A de básquet bol, aunque sea de suplente –dijiste- pero ese viaje a La Paz no me lo pierdo. Ya habías ido a La Paz pero eras muy pequeño, no te acordabas. Acababas de entrar a la secundaria de Santa Rosalía. Seguiste entrenando con el equipo mientras llegaba el 18 de noviembre –día de la salida en fragata de la Armada de México- el día veinte era la inauguración de los juegos territoriales y las delegaciones desfilaban antes de empezar las competencias. El Cali, el Kildo, el Toño, El Santi y demás integrantes del equipo aceleraban al entrenamiento, el profe Burgoin exigía atención, explicaba tácticas y estrategias y de vez en cuando te metía a ver si podías echar una canasta mientras las estrellas del equipo tomaban un descanso.

El día anhelado llegó, desde muy temprano se reunieron deportistas y familiares en el muelle, gritos por aquí y por allá, escandalosos como suelen ser los cachanías, los padres recomendando a sus hijos, lonches, encomiendas, abrazos y hasta lágrimas de despedida. Cuando pasaste la pasarela hacia el barco no te la creías, sonreíste como diciendo –ya estoy dentro, de aquí nadie me mueve- estabas seguro de ir a La Paz, antes existía la posibilidad que no dieras el ancho, que Burgoin se arrepintiera, que encontrara mejor suplente. Ya en el barco, a buscar un rinconcito donde pasar la noche. Fue una noche calamitosa, a media travesía, se soltó un viento tempestuoso que al principio hacía vibrar las lonas, la marejada era fuerte pero te podías mantener en pie. Después el movimiento del barco era tan aparatoso que las lonas se desprendieron, había que agarrarse de algo, guarecerse donde se pudiera, el viento zumbaba y las voces ya no se escuchaban, los marinos no se daban abasto para atender tanto chamaco vomitado, mareado, desfallecido en la cubierta.

Fue desastroso pero cuando llegó la madrugada también llegó la calma y pasadas las islas de Loreto, el barco parecía una seda, el sol salió esplendoroso, el mar antes salvaje era ahora una alberca, los peces voladores se lucieron, las toninas acompañaron buena parte del viaje. Los mareados se aliviaron y después de unas horas de navegación empezaron a aparecer las aves marinas, el barco penetró a la bahía de La Paz y lentamente avanzó por el canal entre El Mogote y  tierra firme para finalmente atracar en el muelle paceño.

Los anfitriones les indicaron el lugar de hospedaje, subiendo por Independencia desde el Malecón, en Belisario Domínguez frente al Jardín Velasco había una escuela que se dispuso como dormitorio con camas en batería, la comida sería en el cuartel del batallón que estaba donde hoy se encuentra el Mercado Madero. Vino el censo, te adjudicaron cama y dejaste tiliches, saliste a dar la vuelta, a reconocer la cuadra. En la pura esquina de la izquierda estaba El Talismán una cafetería, en la otra esquina estaba La Flor de la Paz, una nevería tipo americano con barra y rockola, más allá la librería Arámburo, al frente la biblioteca Justo Sierra, más allá la catedral.

Era una metrópoli, grandes establecimientos como El Mejars y La Perla de La Paz; el malecón enorme, los hoteles llenos de turistas con short y camisa hawaiana, gringos la mayoría con cámara, lentes oscuros y sombrero de palma, otro mundo. El teatro, el cine, los restaurantes, la terraza de El Perla con glamorosos comensales comiendo y conversando, los puestos de comida, llenos, humeantes.

Por intermediación del hermano Alfonso –sacristán de la parroquia de Santa Rosalía- Tenían una invitación al seminario de La Paz, después de recorrerlo, de enseñarles las instalaciones, comieron con los estudiantes y luego los invitaron a jugar futbol. En la portería de los seminaristas se lució con excelsas atrapadas un joven estudiante llamado Juvencio Aguilar, todo un prospecto de primera fuerza.

El 20 de noviembre, muy temprano se uniformaron y los llevaron a la Casa de la Juventud donde tendría lugar la inauguración de los Juegos Olímpicos Territoriales. Las delegaciones de San José del Cabo, Santiago, Todos Santos, La Paz, Loreto Constitución y Santa Rosalía desfilaron hasta el mediodía, el resto del día libre y al otro día, empezaba la acción

Ya en la tarde el grito era: ¡infantiles a dormir, juveniles al cine, adultos a El Ranchito.!

El primer juego fue contra La Paz que tenía en sus filas a un delantero -de apellido Barba- alto, fuerte, rápido y durísimo, no lo podían parar, anotaba cada vez que quería, fue cuando Burgoin te envió a cuidar al Barba, ¡que pesadilla! te vapuleó, no había forma de pararlo, tenía unos codos afilados, afortunadamente te sacó sangre de la nariz de un codazo y saliste del juego. Debut y despedida. Estabas lesionado. Te dedicaste a recorrer La Paz y a tomar licuados.

Nunca habías tomado un licuado de fresa. En El Talismán te los servían en una regia y gruesa copa de cristal endulzado con leche condensada y un toque de vainilla. Tu padre te había dado para el viaje algo así como 200 pesos, todo el dinero –pero todo- te lo tomaste de licuados, ¡eran la gloria!. Y te sigues preguntando si tu amor por La Paz aún tiene esas reminiscencias a callejonear sin rumbo y a licuado de El Talismán.