Arturo Meza Osuna

Segunda caída del PRI Sudcaliforniano

Después del “leonelazo” en 1999 que dejó al PRI fuera de las posiciones de poder, pasaron varios años para que el antiguo partido de estado lograra levantar cabeza y volviera a contender con posibilidades de éxito, más que por méritos propios, fueron los errores de los perredistas en el poder, quienes dieron a los priistas una oportunidad y así, con Esthela Ponce y Ricardo Barroso a la cabeza, consiguieron, de nuevo colocar al PRI, después de 12 años fuera del presupuesto, en la competencia política. Muchas fueron las vicisitudes que  tuvieron que pasar para llegar a tales posiciones. Otra vez, después del fortísimo  golpe propinado por la dupla Covarrubias – Mendoza con las siglas del PAN en las elecciones estatales del 2015, el PRI se encuentra como en el 99: con una militancia dividida, desconfiada; la dirigencia fragmentada en la búsqueda de culpables; los teóricos oficiales y oficiosos ocupados en la explicación del fenómeno

Como bien se sabe, el estado de Baja California Sur, nació priista. A principio de los setentas, cuando se pugnaba fuertemente por “el gobernador nativo y con arraigo”, no había más partido en México que el PRI, así, la conversión de territorio en estado se operó mediante el partido hegemónico y la clase política sudcaliforniana, agrupada en la organización “Loreto 70” solo tuvo que repartirse una gran cantidad de puestos políticos que nacieron con la nueva burocracia estatal. Cuatro fueron los sexenios que los priistas gobernaron, desde Ángel César Mendoza Arámburo, hasta Guillermo Mercado, pasando por Alberto Alvarado y  Víctor Liceaga, 24 años duró el bono que Loreto 70 proporcionó al PRI, pero sus gobiernos disminuyeron en calidad, en eficiencia pero sobre todo, de transparencia. Los sucesivos gobiernos priistas desmitificaron la idea de que gobernados por sudcalifornianos –nativos y con arraigo- habría menos corrupción. No fue así y el último gobierno priista, el de Mercado Romero, dejó la percepción de una mayor rapacidad patrimonialista y mayor opacidad administrativa, condición fundamental para que el PRI perdiera, de manera inusitada, la gubernatura a manos de Leonel Cota, priista que se había pasado al PRD.

Vacío el PRI de militantes que se pasaron al nuevo partido en el poder, sin sede, sin jefe nato y a punto de desaparecer, tardaron dos sexenios en levantar cabeza. Los resultados del renacimiento priista se presentaron en forma de triunfos relativos: una competencia decorosa de Ricardo Barroso por la primera magistratura del Estado, la presidencia municipal de La Paz para Esthela Ponce y otra en Loreto. Parecía que tales posicionamientos significarían una especie de relanzamiento a partir del cual el PRI volvería a la alta competencia política en las elecciones estatales del 2015.

Tres fueron los aspirantes a la candidatura priista por el gobierno del Estado: Isaías González C., Esthela Ponce y Ricardo Barroso. Apuntado por el tradicional dedazo priista, fue Ricardo Barroso el indicado y ahí empezaron los problemas, especialmente con González Cuevas, eterno dirigente de la poderosa CROC. Si bien, durante su candidatura, González Cuevas no escatimó en recursos, pero no utilizó esa misma enjundia en favor de Barroso, al contrario, el líder obrero se retiró y su personal se pasó al lado de Mendoza Davis. La campaña electoral de Barroso transcurrió desteñida, de bajo perfil, mientras la de Carlos Mendoza, sobrada de recursos, afianzó pronto su candidatura en el gusto del sudcaliforniano promedio.

En la búsqueda de razones que expliquen esta nueva derrota, los voceros del PRI han esbozado una buena cantidad de causas, entre las que se cuentan: la traición de González Cuevas, las estrategias del propio Ricardo Barroso –su alianza con los Agúndez cabeños, por ejemplo-, el escaso apoyo económico del comité central, instancias electorales –INE y Tribunal- en favor del PAN, fraude del PAN el día de la elección y hasta un supuesto acuerdo de Peña Nieto con las altas esferas panistas para dejar vía libre al triunfo de Carlos Mendoza. Como se ven, las causas que se esgrimen son variadas, mixtas y múltiples.

En realidad, el PRI nunca maduró una buena candidatura, Ricardo Barroso había sido sorpresa en la elección pasada, un numerito difícil de repetir. En campaña dejó entrever su muy escasa experiencia política, una preparación académica deficiente, por si fuera poco, se le recordó constantemente aquella decisión en el senado de homologar el IVA a  estados fronterizos, mientras esto sucedía, se empezaba a ver el desastre de Esthela Ponce en el ayuntamiento de La Paz.  Ciertamente González Cuevas se retiró de la campaña de Barroso y las instancias electorales como el INE y el Tribunal Electoral de Joaquín Beltrán Q. mantuvieron un acendrado favoritismo con el grupo de Covarrubias-Mendoza. Quizás estas últimas razones, expliquen la contundencia de la derrota, no la derrota en sí, que es bastante explicable.

La situación de la presidencia del país, la baja popularidad del presidente, seguro también contribuyeron a la derrota priista, pero de ahí a que Peña Nieto, por razones misteriosas, en cerrado cónclave con la cúpula panista, selló el pacto para que el PRI perdiera la gubernatura de Baja California Sur, requiere de un alto nivel de sospecha, muy cercana a un acto de contrición.