LA DISCO Y EL PACHUCO
Aquella época disco fue fenomenal, empezó en un antro de Nueva York, el gran Estudio 54 que era sitio del deschongue de lo más granado de la farándula, de la bohemia y el jet set neoyorkino que se extendería a todo el país y a todo el mundo, fue ahí donde aparentemente se innovaron las pistas de baile y las luces que dieron lugar a todo un estilo de vida, la discoteca, que suscitó cambios en la música, en la moda, en las relaciones humanas, en la libertad sexual, las drogas, la manera de relacionarse con la fama, a finales de los setentas y toda la década de los ochentas
El Studio 54, llamado así por la calle en la que está situada, fue propiedad primero de la CBS, la cadena de televisión, CBS, cuando se convirtió en el Studio 54, a su inauguración acudieron los más notables y famosos del mundo del arte, la cultura, la moda, el deporte, las finanzas como Andy Warhol, Salvador Dalí, Farra Fawcet, Calvin Klein, Yves de Saint Laurent, Brook Shields, Liza Minelli y muchos otros, dicen que se quedaron afuera Woody Allen, Frank Sinatra y Cher, las rígidas reglas de admisión ya estaban custodiadas por guardaespaldas calotes, filas y cadenas limitantes, como parte integral de una discoteca, fue tanta la influencia de las discotecas que obligaron a las tiendas de discos a ser llamadas “disquerías”, pues una discothec –discoteca- no era otra cosa que un antro con luces en movimiento, pista, barra, trago, mesas pequeñas, música rítmica, ruido, conversaciones inaudibles y mucho sudor.
Pero el origen primario de las discotecas es mucho más plebeyo, muy lejos de las sofisticaciones neoyorquinas y de la gente famosa. El empresario Steve Rubell, el fundador e ideólogo del Studio 54, abiertamente homosexual cuyo lema era “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría” estuvo en Santa Rosalía un fin de año, nadie sabe que hacía, se rumoraba que era amigo de ciertos propietarios de un hotel o que llegó siguiendo a un lindo muchacho cachaniense, hizo amigos rápidamente y lo invitaron al baile de fin de año en La Progreso. Fue en ese evento donde se le ocurrió la idea de la discoteca, el espectáculo del que fue testigo se le grabó en su fecunda mente empresarial, le fue dando forma y cuando llegó a Nueva York, la idea del Studio 54 tenía una claridad meridiana, según contaría en sus memorias.
El asunto empezó con El Pachuco, un policía cachaniense que estaba de guardia en la comandancia que queda a unas cinco o seis cuadras de La Progreso, el sitio del baile que en la orientación geográfica cachaniense queda hacia arriba, mientras que la comandancia queda hacia abajo, hacia el mar, por lo tanto, los fluidos que se desalojaban en La Progreso, rodaban inexorablemente por la comandancia de policía, que era, dicho sea de paso, una forma policiaca de monitorear la intensidad del baile y la posible causa de desmanes que perturbaran la paz social que la policía habría, con celo, de preservar.
El Pachuco salió a ver el panorama, vio que el flujo de fluidos ya venía por la calle 3, era temprano aún, pero el baile se estaba poniendo bueno y había que echar un vistazo. Avisó a los compañeros, se fajó el foco de seis baterías en la bolsa de atrás y se fue al baile. En efecto, el sarao amenizado por El Charo y sus Muchachos estaba entrando en su apogeo, la música era pegajosa, las parejas movían sabrosamente el esqueleto, otros brindaban por el año que se va mientras El Pachuco, medio encandilado, apenas se estaba integrando a la mexicana alegría que inundaba el salón de baile.
En eso se le acerca una vecina que lo reconoció y algo coqueta le sacó plática. Ya con más confianza, un poco achispada por el roncito con soda, le quitó la gorra, él se dejó hacer y lo invitó a bailar, al principio se resistió-estoy de servicio- dijo, pero la vecina era convincente, no entendía razones y prácticamente lo jaló hacia el centro de la pista. Así sin más, en un instante y sin querer el guardián del orden estaba agitando el cuerpo al son de un mambo, la luz tenue y el foco que se había fajado en la bolsa trasera en una de esos choques accidentales con otros bailarines se le prendió, de tal manera que en el techo, se observaba una luz que se movía al compás de “Que le pasa a Lupita”, luz y música, música y luz. Fue ahí donde Steve Rubell quedó hipnotizado y siguió la evolución dancística de El Pachuco que llevaba el ritmo con precisión asombrosa mientras El Charo se discutía los éxitos de Celia Cruz y la Sonora Santanera. Nadie advirtió el suceso, solo Rubell que se frotaba las manos por el plan que habría de tomar forma que no era otro que la discoteca por todos conocida.
Sin que le diera ningún mérito a El Pachuco, ni las gracias, menos las ganancias por la idea, en cuanto llegó a Nueva York, aquel año de 1977, rentó los antiguos estudios dela CBS, se asoció con Ian Scrager y durante 33 meses, el Studio 54 fue el modelo de diversión nocturna. Todo empezó en Cachanía y el foco del Pachuco.
Nota. Historia contada por el Raúl Zúñiga, el Nito, cualquier reclamo, favor de dirigirse con el susodicho