Arturo Meza OsunaEn Opinion de...

COBRAR UN SEGURO

Un día cualquiera se te ocurre leer bien a bien, el recibo del teléfono. Desde hace mucho das por hecho que te cobran lo justo, al menos lo pactado. Uno no lleva la cuenta de llamadas pero le creo si me dice que llamamos –digamos- sesenta veces en el mes, das por hecho que así fue, que el número de llamadas que nos cobran es compatible con la realidad. Igual con el servicio de internet, como no tenemos manera de medir, de constatar que la velocidad estipulada es la que expide la compañía, de buena fe, le creo que me otorga lo justo. Pero cuando aparece, quien sabe desde cuando, un pago de 40 pesos de un seguro de vida, ahí el asunto salta.

Salta porque nadie, al parecer, lo ha contratado. En Telmex dicen que alguien en nuestro hogar aceptó un seguro de la casa Inbursa, obviamente propiedad de los riquísimos dueños de Telmex; nadie parece haber pactado un seguro de vida con Telmex, no tenemos una póliza, no sabemos nada de ello. No tenemos cultura de seguranza. Entendemos que puede pasar que vayas caminando pensando en la inmortalidad del canguro cuando ¡zaz! te pasa un el camión de la basura por encima y no queda materia ni para la pira funeraria; que se te incendie la casa, que le choques o te choquen en este mundo de automóviles y choferes excitados y suatos; que los cacos te visiten y dejen tu casa vacía mientras tus vecinos creen que te estás mudando y no los quieres invitar a la despedida; que te enfermes y sin mayor aviso palmes de un infarto repentino y el mundo más que a los mayas, se te acabe a ti solito. En fin, cualquier desgracia que viene tanto si tienes o no fe en el altísimo, en las once mil vírgenes o eres libre pensador del libre albedrío.

Dicen en Telmex que un empleado de Telmex – Inbursa habló a nuestra casa y alguien, del otro lado de la línea, aceptó el seguro. No sabemos absolutamente nada del seguro, de las condiciones, de deductivos, de beneficiarios, ni letras grandes ni pequeñas. Sabemos que lo pagamos cada mes, que son cuarenta pesos y que es muy fácil obtenerlo. Se adquiere a la menor provocación. Si le dices que te lo cancele, ya te jodió durante años, no te devolverá ni un cinco; si le dices que te lo siga cobrando, ganan los gandallas; si vas a la Conducef –que debería ayudarte, en teoría- parece que ya desapareció la oficina, de cualquier manera no servía de mucho.

Por circunstancias de la vida, a este arribafirmante le ha tocado certificar, con frecuencia, muertes de personas que tienen un seguro. Ha podido constatar que esa facilidad para adquirir un seguro de vida contrasta con las dificultades para cobrarlo, cualquiera que sea la compañía, unos más gandallas que otros- Todos los seguros, supongo- tienen un departamento de “Vueltas” y empleados entrenados para el caso. La táctica de los seguros es hacer a los ya atribulados deudos “dar vueltas”. Tachadura, enmendadura, color de la tinta pueden estar entre las motivos de “vueltas”; el número de código postal, el nombre de la colonia, una b por un v, la falta de una hache, son causales de “vueltas”, ya no entremos al pavoroso caso de los papeles: acta de nacimiento, credencial del IFE, firmas, sellos o fechas, son también producto de más “vueltas”; el expediente médico, que si era diabético, que si tenía elevada la presión, que si como se atendía, que si quien lo atendía, que si tomaba, que si cuantas veces al mes iba a consulta, que si fumaba, que si drogas, que si la autopsia, se analizan para provocar mas “vueltas”.

El departamento de “vueltas” según mi humilde apreciación gana aproximadamente 50% de los casos. Mucha gente toma la actitud de no cobrar el seguro, los más humildes, los que tienen menos recursos para “dar vueltas” son los primeros que se fatigan, los empleados de las aseguradoras lo saben. Hay un perfil del más susceptible a la fatiga. Son personas con un orgullo especial, que les parece demasiado lo que hacen por cobrar un dinero que es de otro, del que murió; que ese dinero quizás no les pertenece; que su actitud, al “dar vueltas y vueltas” es la de un ambicioso irredento; que hasta se podía pensar que deseaba la muerte para poder cobrar el dichoso seguro; que se ve mal. Hay otros que son más duros, casi siempre personas de mayores recursos económicos, culturales, sociales en general; que entienden muy bien que es dinero legal, pagado, que es su derecho y que no cobrarlo es engordar más a esas obesas compañías que solo ponen el miedo y el espanto.

Como dice AMLO “no tienen llenadera” los capitostes de los seguros, estos sí que son ávidos por el dinero. Cuesta creer que el Sr. Slim, tan fabulosamente rico, sambuta a sus clientes -de trampa- un seguro para cobrarle 40 pesos mensuales a cada uno. Tan filántropo él. Antes los seguros eran negocios de bancos, filiales, casas de bolsa, hoy en día cualquier mueblería o tendajón monta su changarro y ofrece seguros convencidos que el miedo a la vida, la desconfianza en el futuro, la incertidumbre, por otro lado natural, empujará al atribulado prójimo a comprar seguros cuyo negocio consiste en lo fácil de adquirir y lo difícil de cobrar.