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Mis memorias * Tímpano reventado

Con afecto a Gilberto (Beto) Ojeda Lieras; mi cuñado, compadre, hermano y chef de cabecera; en su cumpleaños.

 

Hace unos años, –no recuerdo exactamente la fecha, no así la “acampada” porque fue cuando comencé a perder lenta e inexorablemente la audición en el oído derecho– , como de costumbre decidimos ir a “acampar” un fin semana (tres días) a la solitaria playa “Los Morros”, entre El Rosario y San Porfirio, rumbo a Las Cruces, a la que hemos seguido yendo después de 40 años. Como en todas las salidas, cargamos hasta con el perro. Mi papá QEPD lo primero que subió al remolque fue una hielera con cervezas y una disca que le mando adaptar un quemador de gas, fuera de eso sus preocupaciones eran menores: Paty mi hermana, acababa de casarse con Beto — hoy mi compadre, cuñado y hermano– quien en sus tiernos años anduvo embarcado en un camaronero y conoce muy bien los frutos del mar, a diferencia de nosotros que provenimos de rancho. En ese tiempo la playa lucía desierta por lo retirado y lo malo del camino; playa de aguas cristalinas color azul turquesa y verde esmeralda escondiendo en sus entrañas pericos, langostas, pulpos, cochitos, botetes y sobre las faldas de un cerro de pronunciada pendiente liebres, chacuacas y palomas pitahayeras.

Tres días nos llevamos en preparar la salida; qué los anzuelos, qué las hawaianas, qué las piolas, qué los tendidos etc., para mi lo prioritario era un rifle “22”, Remignton, que acabo de prestarle a Leonel Cota Montaño; un par de novelas del viejo oeste y una buena dotación de cigarros (Raleigh). A la llegada; en levantar la sombra, bajar los “cachivaches” y el agua del remolque e improvisar un excusado-baño; que era cosa en cada salida, nos llevamos cerca de una hora. Mi mamá QEPD, llevaba una olla de tamales de costillas de puerco envueltas en hojas de plátano para la hora del almuerzo.

En cuanto terminamos de instalarnos; más de un kilómetro de playa de arenas blancas y aguas cristalinas para nosotros solos, me tire al agua para disipar el calor mientras los chamacos llevaban rato encaramados en tubos de llanta a manera de salvavidas; salimos del agua cuando nos gritaron que ya estaba la comida; tamales, frijoles, arroz y refrescos.

Después de la comida me quedé un rato esperando a que colaran café; el Beto, mi papá y mi hermano, desenredando las piolas y alistando anzuelos y carnada; en la tarde le tirarían a los cochitos. Yo armé otro plan; después de tomar café, agarré el “22” y me interné en las faldas de un cerro cuya pronunciada pendiente viene y muere en la playa, tupido de uñas gato, palos blancos y ciruelos. No tardé mucho en “tumbar” dos orejonas entre un tupido pitahayal. De regreso, junte ciruelas del monte, una de las frutas preferidas de mi mamá. Cuando llegue, los pescadores andaban agarrados con los cochitos. Pelé las liebres, las lavé y le pedí a mi mamá que las dejará en salmuera en la noche para cocerlas al día siguiente y desayunar machaca de liebre. Esa tarde-noche, la pesca estuvo excelente; más de treinta cochitos que mi compadre Beto se encargó de filetear y sacarle las espinas. Al día siguiente saldríamos con las hawaianas a buscar pericos, pulpos y botetes. No obstante que mi mamá hizo tortillas de harinas, frijoles  fritos y queso para la cena, yo pepené un par de tamales que habían quedado desbalagados en el fondo de la olla.

Al día siguiente, muy temprano nos metimos al agua con las hawaianas, snoker y visores. Mi mamá prepararía la machaca de liebre de desayuno y picaría cochito para el ceviche y el resto, lo freirían en la disca con sal, pimienta y orégano a nuestro regreso.

Ese día, le dimos hasta la una de la tarde tras una excelente marea; varios pericos, botetes, langostas y pulpos: El Beto, experto en filetear y cocinar, se encargó de filetear el pescado, mientras las langostas y los pulpos los guardamos en las hieleras. De desayuno y comida, ceviche de entrada, y como plato fuerte cochito frito. Cerca de donde acampamos sobre un acantilado en forma de herradura se forma una poza cuya  profundidad es mayor que en el resto de la playa, acostumbrábamos a tirarnos clavados y jugar competencias de buceo; tirábamos una piedra de la orilla de la poza para ver quién la sacaba; ya lo habíamos hecho varias veces. Ese día, fiel a la costumbre, me tire en pos de la piedra; no alcance a tocar el fondo de la poza cuando sentido un fuerte dolor en el oído derecho que por segundos me desvaneció en el agua; como pude salí a la superficie y me grita Osvaldo, mi hermano, ¡traes sangre! y al bote pronto me pregunta ¿qué te pasó?. Instintivamente me tocó la cara con las manos y quedan ensangrentadas. Me enjuagó la cara y es cuando me doy cuenta que la sangre fluía del oído derecho; mareado me sacan del agua y me recuestan sobre las piedras del acantilado en espera de que me pase. Tardó más de media hora en medio estabilizarme, el dolor fuerte desaparece pero me queda un dolor ligero y un poco de sangrado; me llevan sosteniendo en hombros al campamento; cuando mi mamá ve la escena se asusta y corre hacía mí; mi papá, nos interroga y comienza a regañarnos; con el dolor y la sangre en la cara le grito ¡no comiences, con regañadas no vas a solucionar nada! y se calla. Mi mamá me lava la cara con agua dulce y prepara un fomento de agua caliente y vaporup y me da pastillas para el dolor. Ahora mi papá comienza con la cantaleta, ¡vámonos, hay que llevar a este muchacho con el doctor!, ¡no!, no pasó nada le contesto; esa tarde no pescamos ni jugamos baraja, todo giró alrededor de mi.

Esa noche la paso muy incómodo, no me quejo, me aguanto; el dolor cede pero siento en el oído como si trajera un moscorrón; dormitó un poco en la madrugada y me levantó al día siguiente con una punzada en el oído, un ligero dolor y pequeños mareos; no le digo a nadie porque no quiero estropear la “acampada”, así que me aguanto; me quedo en el “paraje” dormitando a ratos. Desayuno huevos revueltos con jamón y frijoles, mientras el Beto se dispone a limpiar cuidadosamente los filetes de botete sin tocar para nada el hígado, –el hígado es el venenoso–, para freír al mediodía. Jamás había comido botete; lo único que sabía es que es bueno para envenenar gatos pero hasta allí. Frieron bastante botete, lo acompañamos con de tortillas de maíz y salsa de molcajete. Pese a las molestias que a nadie le confié, comí bien o mejor que bien; un sabor y una textura sin igual, ni siquiera le puse limón para degustarlo mejor. Esperé a que baja el sol y de nuevo al agua. Me sentí mucho mejor que en la mañana, sin dolor y sin molestias, excepto un ligero zumbido en el oído, mientras mi papá, el Beto y Osvaldo le tiraban a  los cochitos de la orilla; yo agarré una hawaiana y arponee tres o cuatro botes que más tarde fileteó el Beto, cuyos blancas pulpas se sumarían a las de perico junto con las langostas y pulpos que teníamos en la hielera. Esa noche, como de costumbre mi mamá hizo tortillas de harina y te de hojas de limón.

Sólo me comí dos tortillas con sal entera y salsa de molcajete. Jugamos un rato malilla y nos acostamos temprano. Otro día levantaríamos el campamento y ¡fierros! para esta ciudad. Recuerdo que era domingo, y no había médico, así que hasta el lunes. Aún así mi papá insistía en llevarme con el doctor. Se decide asar carne ante de regresar; desde temprano ponemos en la lumbre troncos de uña de gato para que fueran haciendo brazas; antes de las once de la mañana comenzaron a destender la carne en la parrilla y asar chiles y cebollas para preparar la salsa; después de comer emprendimos el regreso a casa.

Finalmente no fui al médico por decidía; con el tiempo desapareció el zumbido que traía en el oído y como estaba joven, creía que me comía el mundo a puños. Muchos años después, cuando comencé a tener problemas con el oído izquierdo y tras varios estudios que me realizaron se detectó que tenía reventados los dos tímpanos; el derecho tras una buceada hace más de treinta años y el izquierdo, por un disparo en una salida de cacería.

Hoy casi he perdido la audición por completo; un 98% de pérdida en el oído derecho y en el oído izquierdo la perdida es de n 85%; me apoyó con un aparato auditivo pero mi audición en mala, pésima.

Seguimos yendo a la misma playa como hace más de cuarenta años pero ya nada es igual, como reza un viejo tango cantado por Libertad Lamarque; la playa luce llena de basura, botes, vidrios y bolsas de plástico dentro del agua, ya no hay nada que pescar en su pedregoso fondo, la playa se atesta de gente desconocida con otras costumbres y otra forma de pensar; el viejo Remington “22” no lo puedo cargar en el carro so pena de que me incriminen de sicario o me carguen algún muertito. Hemos perdido tanto sin darnos cuenta lo que ya no tenemos o no nos pertenece. Nunca he entendido el “desarrollo” y el “progreso” por el cuál ha hemos tenido que pagar un precio demasiado alto; Los Cabos lo perdimos y estamos por perder La Paz, porque la paz de La Paz desde hace rato que la perdimos. ¿Échense ese trompo a la uña?.

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