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ABCdario / Los Comondús

Por Víctor Octavio García

 

Desde que visite por primera vez a San Miguel y San José de Comondú –hace cosa de cuatro años–, me atrapo ese aire jesuita de un pasado misional que se respira y traspira en sus gentes, iglesias, casas, calles, ruinas y huertos de olivos centenarios y viñedos trasplantados hace más de trescientos años; un oasis asentado sobre uno de los cañones irrigados por las filtraciones de agua dulce –lluvia– que caen de las laderas de la imponente sierra de La Giganta.

Antes de entrar al cañón que da la vida a San Miguel y San José de Comondú (origen del nombre del municipio que en nada los identifica), te da la bienvenida el agua corriendo sobre un arroyo pedregoso y zigzagueante tupido de palmas y dátiles que forman un bosque junto con vinoramas, mezquites, palo colorados, juncos y palo breas que se funden con el verdor de las huertas; cerros de piedras sueltas, de taludes pronunciados y formaciones caprichosas que son el hábitat de una ardilla más grandes que el común de las que se dan en el resto del estado; mapaches, zorras coyotes, gatos monteses y “liones” (pumas).

Quizás por el aislamiento, por las distancias, por el desarrollo mismo o porque el destino así lo quiso, mantienen sin grandes alteraciones las viejas tradiciones y hábitos heredados de la época misional de las primeras extirpes de sudcalifornianos que dieron origen a nuestra centenaria comunidad de sangre; de nuestros ancestros que lograron vencer el desierto e imponer su suerte de vida; tierras áridas, alejadas y distantes de los principales centros poblacionales.

La primera vez que visité los comondús hice contacto con el Ing. Edgar Ávila –a quien conocía de tiempo atrás– y con su esposa la profesora Jacqueline Verdugo, hija del profesor Mario Verdugo, descendiente de la una de las familias fundadores de San Miguel de Comondú, año con año visitó los comondús, y he visto como se han entregado a darle vida a San Migue y San José de Comondú promoviendo, difundiendo y trabajando incansablemente con ese noble e impostergable propósito; reconstruyeron la vieja casona de los Verdugo, la remodelaron adaptándole nueve habitaciones con todos los servicios; aire acondicionado, televisión de paga, servicio telefónico –cuya señal la bajan por un complejo sistema de microondas adaptado por ellos, ya que no hay señal de internet ni de teléfono–, agua caliente y fría, servicio de cocina; un pequeño y agradable hotel de nueve habitaciones que hoy se llama “Hacienda don Mario”, en pleno centro de San Miguel de Comondú.

Jacqueline y Edgar se han dado a la tarea de recuperar bienes y tierras que pertenecieron a la familia, siendo así como le dieron vida a un viejo trapiche (molino de caña) ubicado en una de las huertas propiedad de la familia, donde todos los años llevan a cabo la molienda elaborando el famoso norote, panocha de gajo, panocha cubana y dulces de calabaza, (colachi) y otros tipos de dulces que coincide con los días de Semana Santa; tengo tres años repitiendo el viejo ritual que aprendí en mi tierra (Caduaño) de disfrutar el “guarapo” (jugo de caña) recordando mis años mozos de tiempos idos que no volverán; el olor de la leña de pitahaya dulce, el arriar de las mulas que tiran y hacen mover el pesado molino, del bagazo de la caña y por supuesto de “surrapear” cuando sacan el cazo con  el dulce.

La primera huerta a la entrada a los Comondús se llama “La Pared”, propiedad de Jacqueline Verdugo y de Edgar Ávila; sembrada de aguacates, naranjos, viñedos, olivos, ajo orgánico y alfalfa, entre otros; no la conozco más que de lejos (carretera) pero me cuenta el Ing. Ávila que está bien atendida; cerca de allí hay una poza de agua dulce con más de seis metros de profundidad por 26 metros de largo, alimentada por el agua proveniente de las filtraciones y ojos de agua dulce de la sierra de La Giganta; una de las huertas que visite este fin de semana se llama el “Rincón”, cerca el trapiche, que tenía más de treinta años sin sembrarse; recuperaron la propiedad que la tenían prestada y hoy es un vergel con siembras de productos orgánicos y viñedos, tanto misional como cabernet sauvignon; este año se levantó la segunda cosecha de ajo “criollo” –que se sembraba hace 70 años– libre de pesticidas y fertilizantes; un ajó morado de pequeños dientes de un gran sabor; allí en el “Rincón”, con tierras sin trabajar desde hace más de tres décadas han cultivado tomates orgánicos, ajos, lechugas romanas y orejonas, repollos, tomates cherry y salades, cebolla, cilantro y  maíz de excelente calidad.

Merced a la dedicación y entrega de Jacqueline y Edgar de recatar tierras ociosas y sembrarlas de nuevo, el ejemplo se ha replicado y ahora se ven más tierras sembradas que hacen dos o tres años.  José “Pepe” Hevia, en la “Hacienda don José” –propiedad de su familia– luce un nuevo sembradío de aguacates que han sustituidos los árboles centenarios del mismo fruto con nuevas plantaciones; poda de árboles y tierras preparadas para la siembra: Felicitó a Jacqueline Verdugo y a Edgar Ávila por su tesón, perseverancia y entrega, por su amor a los comondús, por su férrea voluntad de lograr que renazca y preserven sus tradiciones, sus huertas, sus calles, sus casas, sus ruinas, sus templos, su  gente en la centenaria y originaria tierra de los comondús. Felicidades y enhorabuena amigos, que Dios los siga bendiciendo.  ¡Qué tal!.

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