De clases y barricadas «A la clase política le falta clase»

«A la clase política le falta clase», dice más para sí que para la perrada El Parara, allí en el centro mismo de esa ramada infame pero famosa que los porteños más conspicuos han dado en llamar Los 7 Pilares, nadie sabe por qué.

Los vagos, teporochos, catarrines, maitros de mala traza, periodistas sin medio y despedidos del Ayuntamiento miran al gurú del infelizaje y depositario de los rituales de la tradición insular, animándolo con encogimiento de hombros y cejas arqueadas para que continúe con «la narrativa», como dicen de un tiempo para acá los elegantes.

–Hasta para ser vaquetón se necesita de cierta elegancia que ni la academia ni la universidad otorgan, concluye   El Parara, para beber de su forjada y eructar ruidoso, como manda el cánon.

— En mis viajes, que son uno que otro, –presume Carambuyo Bill–, me he topado con pescadores, campesinos, mineros, profes, choferes, rancheros… que van por el mundo como por su casa, repartiendo buen modo, trato amable, donaire y eso que usted llama «elegancia», atributos que ya quisieran muchos de los políticos que hoy pueblan secretarías, institutos, delegaciones, palacios y congresos. La arrogancia los pierde. Se sienten hechos a mano. No conocen la humildad ni el don de gentes (lo que sea que esto signifique), concluye el hombre de fronteras.

— Entre ellos no distinguen ideologías ni pertenencia a partido alguno. Son, antes que nada, «clase política» y en ese entendimiento se cobijan para medrar y entrar a saco por las arcas manoteando presupuestos, partidas, fondos etiquetados, sueldos principescos, viajes, viáticos, prebendas… –dice sin respirar el mentado Parara, que se trae un aborrecimiento de aquéllos.

— ¿Y los gobernados? ¿Y los ciudadanos de a pie? ¿Y el infelizaje nuestro? ¿Qué hacemos para evitarlo? ¿Cómo podemos exigirle a esa clase gobernanza, buen gobierno y honradez con la cosa pública? ¿Quosque tandem abutere Catilina patientia nostra? — Pregunta retórico el Viejo Chamán yaqui con una voz de trueno que no permite maliciar los tres siglos que dicen que tiene sobre los curtidos lomos–. Es tiempo ya de poner coto a la maldad intríseca de esa clase. ¿Estarías dispuestos, camaradas, a tomar la calle para derrocarla? ¡Ha llegado el momento de las barricadas! ¡Al cielo por asalto! ¡A-llons- en-fant-de-la-pa-trie!, remata emocionado el yaqui con la rola de moda en los medios.

El viril exhorto del anciano indio de la Pimería cae en terreno infértil. El silencio campea en la asamblea de los libres que esta tarde-noche se habían reunido en Los 7 Pilares para beber con moderación hasta la amanecida y criticar a quien se antojara; pero de ahí a pasar a la acción directa hay trechos, márgenes, modos, precondiciones que en la democracia han de quedar suficientemente establecidas para emprender acciones que bla bla bla…

Ni modo: a seguir bebiendo se ha dicho.