De barbarie y nostalgia

“No es lícito sentir ahora nostalgia de la barbarie, porque no es posible a ella volver” –declara El Parara a sus iguales en Los 7 Pilares, ramada ínfima pero  íntima que se convierte cada tarde en núcleo de sudcalifornidad. Los vagos, rufianes y bellacos que a ella se arriman para beber cerveza e intentar filosofía mesteña, sacan las antenas para entrar en la frecuencia del gurú de la canalla  porteña.

—No debieras estar tan seguro de que es imposible volver a la barbarie –declara Carambuyo Bill—. Imagínate que Bush invade Irak; que el Islam une fuerzas y lanza ataques nucleares contra el Imperio… Los demonios podrían soltarse, y la humanidad retroceder a la época aquella que estás invocando:

“Éramos hordas vagando por esta lengua de tierra desolada…” — Me habría gustado probar la vida aquella –se anima El Parara—, protegido por mi banda… Ir de este oasis a aquél, para robar mujeres a los otros y cruzar la sangre…

—Déjenme ubicarlos –interviene el Viejo Chamán yaqui—: estamos exactamente 470 años atrás; dos antes de que aquel capitán de aventureros desembarque en esta bahía con su gente, sus animales, sus armas y sus demonios, en una fallida fundación que habrá de ser derrotada por el hambre, el calor y los jejenes…

—Soy un guaicuro de 20 años –declara entusiasmado El Bolas—. No: mejor soy un pericú pescador, buceador, navegante y guerrero, nacido en aquella isla que pronto se llamará Espíritu Santo. No soy ni más ni menos bravo que el resto de mi banda. Eso sí: poco aficionado a tareas que no sean nadar,  pescar, cazar, pelear y entreverarme con mujer. Nada de construir refugios, recoger ciruelas, bellotas o escarbar tubérculos, pizcar pitahayas o ablandar cueros de venado con los dientes… Esas son tareas de hembra, ¡y nosotros somos muy hombrecitos! ¿Verdá palomilla?

Seguidos por la sonrisa y la mirada verdísima, comprensiva y burlona de La Doñita, los hombrecitos se encaraman en aquel vehículo de nostalgia por la barbarie que conducen El Chamán y El Parara, y se lanzan, cimarrones, al retozo virtual por las playas, dando gritos de júbilo, sintiendo que cazan, que vadean arroyos con el agua a la cintura, que luchan contra bandas rivales para raptar doncellas… “Y que hacíamos esto y aquello…” “Y que entonces, se nos caían los…”

Como chamacos, como párvulos, ríen divertidos ante su hazaña de regresar al atavismo como al vientre, a las nieblas azules del primer principio.

Todo es posible en Los 7 Pilares, aguaje mítico por báquico (aunque algo sórdido), que por esta tarde quiso ser épico y sólo fue lúdico y nostálgico.