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7 Pilares / El Güero y sus cuatro hermanas

     juan melgar

Cuando el Güero dejó de cuidar el ganado en el rancho para embarcarse en un camaronero, sus cuatro hermanas lloraron. Se llevaban bien con él, aunque les enfadaba que fuera tan carrilludo. Desde que eran plebes y caminaban a la escuela cercana, el Güero las molestaba un día sí y otro también. Burlesco, se reía de sus calzones levantándoles el vestido; les jalaba las trenzas; les tiraba pedazos de boñiga seca de vaca… era un cabrón. Pero también era sangre liviana y buen contador de charras. Además, las defendía cuando algún pendejo se atrevía a molestarlas, pues para eso, él. Ya adolescentes, una vez que un novio empujó de mala manera a la mayor, el hermano güerito le brotó a los cabronazos con una furia tal que el galán abusador hubo de correr la milla con el hocico reventado y varias abolladuras en los costillares. Fue, como dicen por ahí, un parteaguas en su relación fraterna. Había crecido el latoso y había madurado, aunque sólo tuviera 15 años.

         Lloraron pues, las hermanas, cuando el Güero dejó los arreos de vaquero para agarrar los de hombre de mar, como camaronero, en el golfo más traicionero e inestable que ojos humanos hubieren visto, según han dicho que dijo el más famoso de sus navegantes, don Hernando, tras aguantar durante días el soplo permanente de una colla nordestina, combinada con correntadas contrarias, en su última travesía desde la contracosta.

 Y habrían de derramar más lágrimas, años después, cuando les avisaron que su hermanito había salido del camarote a cubierta una noche ventosa y oscura, y no había vuelto a la litera. Que habían regresado a la zona donde calculaban que había caído, buscándolo en el día y troleándolo con el chinchorro por las noches, pero nada.

         Años después, alguien desde Guaymas les habría mandado decir que por un pleito muy encarnizado con el capitán, perdidoso y maltrecho, éste lo había apuñalado mientras dormía y luego tirado por la borda. Lo lloraron de nuevo las hermanas, pero nunca más. Con el llanto, aunque no olviden, las fuentes del corazón se van secando, dicen.