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7 Pilares / Cabo Pulmo

juan melgar

El elegante salacot del cura le fue arrebatado por el viento al borde del acantilado que domina Cabo Pulmo, y cayó al mar. Flotó y quedó girando atrapado por un pequeño remolino que producían las rocas que afloraban frente al risco. Yo era el único que sabía nadar entre los chamacos que acompañábamos al sacerdote, joven italiano que acababa de llegar, designado por el Vaticano para luchar contra Satanás en esta tierra de misiones, tan alejada de Roma y tan cerca de las tentaciones del Demonio.

         Desde la playa de tejas redondeadas ubicada a un costado del cerro, entré al agua con aletas, visor y tubo respirador para nadar al sitio donde flotaba el sombrero rígido, muy apreciado por el curita, porque lo habrá hecho sentir personaje de un filme de aventuras joligudense, supongo. En el trayecto, debí abrirme paso entre un vivero enorme de peces diversos: pargos colorados, cabrillas pintas, cochitos, rayadillos, pericos, chopas, muleginos, botetes, lisas, zapateros, toritos, payasos, meros, mariposas, pargos colmilludos, palometas, bonitos, jureles de castilla, sardinas, atunes enormes que lanzaban ataques esporádicos a la mancha de sardinas y aun caguamas y careyes… y en el fondo arenoso, lenguados semienterrados con sus ojos vigilantes. Mi experiencia como buceador “de cabeza” no pasaba de algunas inmersiones en Cachanía, Bahía Concepción, Loreto, Puerto Escondido y La Paz, pero en ninguna de ellas había encontrado tantas especies con tal cantidad de ejemplares. Con el Salacot recuperado, regresé hacia la playa de tejas y volví a nadar entre peces. Su mansedumbre era tal, que podía tocarlos con las puntas de los dedos.

         Treinta años después volví un verano al Cabo Pulmo para nadar entre sus cardúmenes, pero la cantidad había disminuido en un 70 por ciento, según mis cálculos rancheros. Habían perdido también la mansedumbre. Algunas cabrillas y pargos me miraban de lejos y se alejaban para encuevarse. Sólo los bancos compactos de sardinas me rodeaban. ¿Qué hubo pasado durante ese lapso? ¿El acuario del planeta (Cousteau) había dejado de serlo? ¿Sobrepesca? ¿El Niño volvía a atacar?  Visitas posteriores confirmaron la disminución de la vida marina en aquel paraíso acuático.

 Protegido como lo está ahora Cabo Pulmo por ecologistas y autoridades, este refugio natural de vida marina debe recuperar su esplendor, pues me gustaría que mis nietos (y los tuyos, lector) pudieran venir cuando se les antoje a esnorquelear y a maravillarse con esta riqueza incomparable.

El cura del salacot ni las gracias me dio. Hay gente así.